repito: yo me escondo, huí de mi ciudad para ver el nuevo mundo de adelante, sorteé los cuchillazos y no tuve que arrodillarme para agradecerle al capitán, para eso contraté a todos los grumetes, que fueron atados en el
mismísimo carajo, combatí por el tesoro, abrí los brazos hundiéndome en los cocoteros de las islas que nunca visité, presioné mi estomago ante las viceras de un tiburón, que abría su boca, ¿qué es posible hacer con una boca abierta? ya sin diendtes por los martillazos, ya sin alma para arrancar pedazos de islas; cuando vino la noche pude rezarle a mi dios, sin tener que bajar la vista, bien profundo entre otras almas que no llegaron, esos grumetes saltaron hacia el estribor del mar, y los tentáculos de la bestia azotaba a Erick, al mismo tiempo que aplaudimos por la terminación del palo mayor.
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