Huí, eso es cierto,
en un barco bostecé al mismo tiempo que mostré por primera vez el arte/facto,
casi el ruido de la gente me aturdió sin el café de las mañanas, colgaba, sí,
en las manos que alcé para mirar en la distancia, y tu nombre estampado en la
muralla, de blanco cal, rodeado de unas hormigas gigantes, huí a la calle inmerso
y levitando entre el musgo que debería roerme con tantas varas para detener ese
ejercicio que se acerca. Después la calma. El mar desmitificado entre las
aletas del delfín, la noche, un viento borracho que olía a primavera, un
caracol vendido que cabía en los labios y al soplar, la noche iba dejando sus
huellas. Donde existen plumas y los ojos que te miran entre ellas, puse las
manos para sostener la imagen. Tu cuerpo crecía, era el puente y yo una lengua
absurda que buscaba. Huí, eso es cierto, mi amarre fue débil, hecho de algas,
naves justicieras con banderas reales y cañones reales y alturas reales que no
alcanzo a ver, a pesar del techo acristalado.
Esperaba que un
árbol ó la sombra de él, limara estos cayos que emergidos a viento de levante,
obraron para confundirse en el riesgo de atrapar a la última mariposa. Esa
tangueada de papel doblado. Sobre los dos siglos que la tormenta desvío y no
pudimos contestar, mi espera, la noche al lado de una fuente que detiene y
circula el camino hacia dentro. Huí, eso es cierto, pero también, siendo hijo
de la noche, sin ojos diurnos, rojísimos, entre las piernas me pesó, irguió,
casi que estalló el símbolo y el émbolo que manchó la cortina de los labios.
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