Breve rodeo para
no encontrarte la bruma.
El barco borra el patio y el traspatio, el fanal es su máscara.
El puerto. Lezama.
Acaso podré tenerte entre la bruma que hacen los
naranjos,
pedir la exhumación de tus flores,
realmente pedir la orquídea que naufraga.
Basta el tiempo encontrado en el filo de los pétalos,
bastan pétalos de arena
para completar el parque y las palomas.
¿Podré salir, olvidarme tejido con tus árboles?
Si el animal hubiera bastado cuando falseé tus huellas
impactando contra la luz,
no habría venido aquí, que besa la posibilidad.
Cuelgo en la rama del naranjo,
el humo golpea el mecanismo,
me asfixia el núcleo del naranjo.
El mundo se me pega entre la bruma.
Esa partícula se extiende en la laguna del humo,
tu cuerpo-niebla posa del mismo modo
que posaste sobre el tilo.
Yo no te vi partir rozando adoquines
ni guijarros – que son abiertos como el mundo,
que se roba los placeres de tenerte.
Yo no tuve brazos que aguantaron.
Afilé mi
codo-ancla en tus pupilas,
y aleteaste la forma de tu cuerpo.
Acaso besé la mariposa en la tormenta,
y el gusano abrió, cerró, eyectó sus mandíbulas.
Fui bajo tu cuerpo visible, deformado.
Bajo el plano marino
quizá ubiqué erróneo mis cañones,
y la ciudad que vi en ti capituló días en retirada.
Conviene volver, o canjear tu noche,
tus ecos de naranjo.
Alcanzan formas de mujer para asir los huecos de la
sombra.
Vertical desde el
mármol no miraba
su gracia, la espuma atrayendo el cráter a su centro.
Tal vez sólo estuve aislado entre la bruma,
pidiendo frutos de humo.
Esa partícula de tierra fue el musgo
desenterrando el secreto de tu cuerpo.
Yo no seguí tu ritmo migratorio cuando vinieron las
montañas,
ni volví al verano, ni cerré mi puerta con los clavos que
dejaste.
Aquella fue tu pierna al golpe que atreví hurgando en la
estatura de la noche.
Basta acariciar al pájaro y al mensaje, tus ecos de
naranjo.
Llegan las ondas hechas por la huida para ver al caballo
de coral.
Quizás vendré a decirte: Entre hojas hice y deshice tu cuerpo.
Tu rostro en el espejo refractaba las plomadas cuando
salté.
Hacía oscura la noche submarina cada pluma de
profundidad.
¿Soportaría el hecho que tus manos causaron
cuando vi seco el naranjo, espesa la bruma,
húmedo el sitio donde debías esperarme?
Sopla el frío aún del invierno sobre el dorado espanto
protegido por el río.
Tu boca sopla desde lejos el ritmo de los pasos bajo las
olas.
Gris el pájaro moribundo, gris las velas.
Encaja saciar el punto indiscutible, que fui dejando al
llenar mis vasos.
Rebosan las voces que completan el rostro de mi padre
alejándome,
entre disfraces auténticos, con la humedad de tu cuerpo.
Pesa el cuerpo del
pájaro al picotear la base del naranjo.
Abrí la barra desde la punta con tu niebla corpórea.
¿Podré salir, taconear la tormenta?
Fanal único del
rumbo cuando giras en torno a tu sexo,
viendo la esencia y tu isla buscada recortándose.
Espesa la búsqueda que hicimos del invierno,
cuando los dedos, las orejas, los ojos
desaparecían tras la paradoja.
¿Me nombras junto a la isla, después de partirte el
cuerpo
para separarme del navío?
Acaso soy tu acceso lejano.