que es POESÍA LIBRESPACIO

domingo, 19 de febrero de 2012

Último mensaje


Último mensaje.

No fue fácil bajo el sol, sentir el golpe de tu voz
cubriendo el sonido del bastón que no abrió mi cabeza.
Eras ya la línea, ya la imagen contorneada por la luz de las velas,
el fuego de tus manos mordiendo, arañando, destripando
tu foto dentro del collage.
Fue un puente tu silencio, tu cara al mar,
aquella vez que te recibimos gritando tu silencio.
No menciones mi nombre, dijiste.
Pues no fue fácil ocuparte de los otros, y olvidarlo todo.
Donde te llevaron, quietas palomas,
beben cervezas sin parar;
beben para recibir la amnesia que ofreciste,
tu cuerpo, tus manos que ofreciste.
No fue fácil escribirte esto, María,
pues los años, María, los años que negaste ver mi foto
en el contorno de las velas de la noche.

viernes, 17 de febrero de 2012

nerudiana


Nerudiana

Esta luna no es mía,
la he robado en espera de la noche.

Mucho tiempo (ó su semejante)
y estas migas de ciudad que crecen a pesar de los insectos.

Poco salvo con los ojos,
y se me escucha encerrado en el saxo
                                   aquel día de nacer  en el bosque;
aquel día de escaparnos
por encima de los dioses y la noche.

Amanece la luna en mi mujer
y tiene el rostro de un ángel hundido en la espesura;
amanece la ciudad gangrenosa tatuada del ejército
y es tan fiera que huyo de sus ojos y su costumbre de proteger fronteras.

A esta luna la escucho vecino de tu carne
y sigo la respiración como una bestia
marcada con la misma nariz del ángel.

Hoy siento la arritmia de los versos más sombríos de la noche.

jueves, 16 de febrero de 2012


En la espátula.

Un 
Dos Un dos tres pasos hasta el borde
Con manos apretadas al pecho
Un lejano saxo obligándome a sostener tu sexo
Nubes verticales
Los buenos duendes regalando los mariscos de la cena

Dos
Tres Dos tres cuatros pasos hasta el principio
Con manos atadas y el pecho
Entra de violines obligándome a perpetrar tu sexo
Nubes verticales
Los buenos duendes bajan del asta mordiendo la bandera

Tres
Cuatro Tres cuatro cinco pasos
Con manos atadas sin pecho
El arte siembra lejano el saxo en tu vientre
Nubes estrechas y verticales
Los buenos duendes se alargan cuando pasan por el filtro

Cuatro
Cinco Cuatro cinco seis pasos
Tus manos perdonando los intermitentes estruendos de mi pecho
Entras a la mitad del arte con tu sexo
Las sillas sin nubes verticales
Los buenos duendes se quedan después del asesinato

campo santo


Campo Santo.

Si tan muertos estuvieron encima de la cerca,
esta pasión de seis extremidades barriera de la superficie del agua
 el lugar para el asco.
 Sobra el ahorcado de cenizas, que con su rostro arrebata soles al arrecife;
 y nada hizo, aunque los misiles encontraron la raíz del viento bajo una silueta selvática.

Ellos crecieron a pesar de cobrar crédito a las estrellas.

Aparatoso descubrimiento homofóbico el suicidio,
que resucita al margen del severo linaje.
Se pierde el mundo en un laberinto hidrocefálico:
Oh, la mar de entonces. Oh, la mar.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El ancla.


El ancla.

La Ciudad alardea como un lirio
que arrancado marcha en remos de mariposa;
y un trocar de luciérnagas 
peregrinan hacia esa fusión de los elefantes.
A veces te estorbo recluido en ese burbujear
dentro de los fragmentos.
La Ciudad duele enredada en la niebla
y preciso también el signo.
Un reloj nos premia el agua
(que brota del ocurrir de la hoja franqueada
 por el recto empale
cual niño que le da forma de vela)
que surca la emanación del diluvio.

muecas


Muecas.

Londres. Puente. Lluvia.
El ácido que envuelve los pasos de las cabezas cortadas.
Bendita soledad esa que amaga y entre palmares besa su ostra, adentrándose.
Arrastran al tuerto hacia el entramado que hace la bruma.
Y beso contigo el tú que has desaparecido entre la tintura evasiva de la caña santa.
Londres. Único disparo en el puente. La lluvia.
Plantas la nube, esa espesa silla que actúa deliberadamente.
Estremecemos tu cuerpo en cuanto tú amagas el soliloquio con viejos seudónimos episcopales.
Estropeado, absurdo, bendecido, muerto, desierto, fantasma.
Tu cara a través del cristal.
Tu cara al cristal de tu cara.
Tu cara estrecha alejada del paréntesis.
Tu piel es Londres y se me va convirtiendo en una isla. Único disparo en el puente. Esta lluvia que no cesa.

lunes, 13 de febrero de 2012

reseña de Ritual del Necio, de Roberto Méndez


Ritual sobre Ritual. 

Un Ángel en el comienzo de la noche, alza su trompeta, recuerda a una mujer, y la ciudad está a punto de convertirse en una fuga. Roberto Méndez así, comienza a orquestar bajo sus dominios, la repetición mística de una sinfonía que resume en tono de novela. Wagner, Casal, Lezama, Heredia, Martí, el sueño, el tiempo, el giro incauto hacia un lugar del cual se escapa en las inmediaciones de un país en plena evolución, confluyen en armonía inesperada. La transformación del signo que amenaza también con la Trinidad, de personajes surrealistas (y con esto sé acoto el diapasón de su movimiento) que aparecen y desaparecen al antojo mismo de una leyenda. Una independencia arraigada en la necesidad, promueve que todo un hilo arácnido se extienda sobre las páginas de El ritual del necio, venciendo lo barroco, lo gótico, lo antiguo que se establece en la relación autor-obra-lector.
Con Méndez no es necesario el referente, blanco sobre blanco, cada paso (línea) se mezcla dentro de imágenes que llevan a la confirmación peligrosa: falta de lectura o al menos de información valedera. Lo propuesto en la novela, que conviene llamarlo cisne, que es herido varias veces, que muta hacia algo más allá de lo verdadero, retrae al complejo Andrés (el Ángel), lo divide y reorganiza, muestra desde una inminente re-construcción la fuerza que imprime una novela sobre otra novela. Méndez ironiza sobre el suicidio, deja al vuelo preguntas que actúan como terremoto en las bases filosóficas de nuestros designios; propone que la muerte es sólo un recurso (él mismo es un suicida que no muere). A ratos el erotismo sintetiza secuencias que golpearían con fuerza de púgil olímpico, pasando el foco de atención sobre disímiles puntos de la escena, creando una sensación omnipresente que desemboca en los cantos de un suceso harto conocido: una representación a la cual sólo se asiste por el privilegio de la invitación, y deja fuera la masividad que apoca el hecho artístico del mito.
En consecuencia, surge un Homero-Esopo-juglar (el escribiente eterno) que puntualiza aquello que no nos fue develado al navegar entre estas dos aguas. Y explica casi todo, y no salta ningún momento. Arranca media sonrisa al ver cómo una fábula es contada tantas veces, una recombinación cuasi histórica; el dedo nos señala desde una esquina. A través de arcaísmos, un viento que sabe a Siglo de Oro Español, un lenguaje tan carnavalesco, hace de bufo y sabe qué hace falta para que la ilusión se revitalice. Su explicación no separa las confluencias, sino acentúa la maniobra; es capaz de negarse por la propia historia, es capaz de mezclarse con elementos completamente contemporáneos, es capaz de obligarnos a reincidir en él bajo un aluvión de halagos.
Nos convierte en reyes que gustamos de una buena historia, solidificada en un bote junto a Virgilio, tan cubano, que no es posible metamorfosearlo. Blanco sobre negro, regreso al mismo tiempo que transcurre (cronotopo de Méndez) marcado por el deseo de estampar la consecuencia de cicatrizar el Paradiso. Parsifal-Perceval aún la búsqueda del signo, enredado en una razón apocalíptica, difiere a veces con el autor y reduce las posibilidades de su desenlace; Méndez adquiere autonomía en la novela que defiende un inocente; Wagner toma la batuta y deja compararse, atendiendo a las comisuras de lo ubicuo (su muerte y nacimiento de la ópera); el Ángel busca ayuda en nosotros y no podemos ayudarlo porque es un personaje.
Lo femenino es su despego (Méndez-Andrés-Parsifal), que traiciona con la huida, que se retuerce y gira el curso, sorprendentemente, asume la solución y ahonda el vacío que la ciudad produce. El cisne que muere. Aquellas cartas proponen también su idolatría, desbaratan el coraje, y obligan a pisar fuerte la soledad y la pobreza. En ambos casos, mujer novelada por Méndez contra mujer de novela creada por Méndez, ocultan y salvan el interés de la leyenda, la una convertida en Santo Grial, la otra destinada a ser purificada por él; negro sobre rojo, Carpentier ofrece el visto bueno en consecuencia con su tempo.
Marcando el hito, hace suya una propuesta: mito + novela = La Novela; Casal ríe, cosa relacionada a su muerte; Franz (necesaria su mención) es un fantasma que corresponde lo culto sólo con el producto; La Víbora ha sido despojada, no es un fantasma y sabe que lo culto tiene sus zonas oscuras, sus ignorancias; estos encuentros denotan si no finalidades opuestas, algo de asonancia, y Andrés no rehúye a esto, más bien lo busca, encadenado al comercio del “material”, erige sus dudas; en el campo de la música Wagner le trabaja el organismo. Con una organicidad que roza la novela jazz, Méndez pretende que una sinfonía faculte el mínimo, a pesar de la opulencia del lenguaje, a pesar de lo desbordado-comprometido.
Lástima que no fue primera de su tiempo, que tiene alusiones que no vacilan en hacerla grande y explosiva, esta novela critica y se critica, directamente a la imagen desde la imagen, a la realidad desde su alternancia de signos. Propia de un caudal que aplasta, incluso, a la avalancha; sostiene algo parecido a la in-continentalidad, rojo sobre blanco. Méndez conviene que lo plural proviene de la significación, y estimula su representación desde un cuartucho que embelesa a La Hermandad, a Tito y a Coco, como una crisis manifiesta. 
Destinada, algo “manchada”, pero inconfundible ritual, esta visión que se sobrepasa a sí misma, ejerce presión sobre el certamen que lo ofrece al público. Premio Carpentier 2011, usted Roberto Méndez, tiene mi agradecimiento.

paradiso


Paradiso

Como final tienes la costa y existen manos ahorcándote en la sombra,
lentamente se enfrían los huesos, tiemblas.
Almas del desierto, tu alma desierta cierra la puerta en la nariz.
Bajo soplos de un blues embriagante,
danzas cualquier ciudad que emigre.

Lanzan cadenas al peor desafío de lo inexistente,
y viene el palo sobre la espalda
y te doblega.

Ella te escondió en el pecho de su historia y su añoranza,
no quererla en la noche, fue una guitarra silenciosa.

Un barco deja el muelle,
ve cabezas flotando sobre los gatos del tejado,
arma la costura de caminar cerca de la frontera
y son mis canciones
y los dolores y los ritos
pasaje al otro referente.
Frenan las nubes;
seguro que tu nombre es el camino
donde no puedo seguirte.

Sombra-mano del jazz que estrangula los acordes;
y te enamoras del grito final de este poema,
donde el casi beso de la estatua, eres tú.
(Están tus años mirándome 
los ojos que migran secos de luna;
alguien no me deja destruirte.)
Los gatos están allí, cazando tu recuerdo,
encima del muro,
en la misma frontera que ata las manos y crea la imagen de las hojas
cayendo desesperadas ante nosotros.

Cortázareando.


Cortázareando.

Él era esquizofrénico y tenía los ojos azules.
En inexistentes pasillos tiende a correr 
hacia esos enrarecimientos de la ciudad.
Las aves le tocaban los pies al llegar a la frontera.
La noche con la nariz de la piedra, abre sus últimos segundos.
Abrigado en la hojarasca cree que sus gotas animan las avenidas.
Grita, y abre también los brazos con una sonrisa perdida en los muros que visten sus gritos.
Él era un gato y con su esquizofrénico bajo el brazo, las venas le ardían.
En la madrugada de fuga, bebe el alma.
Hubo mundo detrás de sus globos; al soltarlos, inmediatamente le abrieron la cabeza.

domingo, 12 de febrero de 2012


La noche oscura.
A YanaY
Anido en el cuerpo
cuando lo que realmente pasa es que despegas;
así parezco un bulto tan aforme
que disfrazo tu ausencia con el universo.

Hay que (como tú) parir a la ciudad,
ver desde los cerros la extraña destrucción de la luz y el mar;
abonar relojes de piernas hechizadas.

Cae una pestaña de arena,
el sol muere como una luna abierta
y me entrometo ahora despertando,
cuando lo que realmente pasa es que limpias las manchas,
así dejas las piedras con el filo natural de las estrellas.

Bajo pantanos beso esos lirios
que sirvieron de escudo ante las palomas;
y el fantasmagórico árbol que visita las habitaciones
marca a cincel su corteza,
ofrece sus ramas blandas.

Alguna vez meditamos,
fuimos temporales y siniestros,
huellas tan exageradas que las aves
pronunciaron la primera palabra de la piedra;
y estornudar sin ti era el vacío.

LXXX

En la piel del búho,
las plumas energizan
el retrato dulce del ahorcado.
Y en la piel de la musaraña
una oquedad púrpura
traza los confines de la espátula.
Salto y seña
concordes al asesinato;
como serpiente bicéfala
que rompe
los inicios de la flauta.
Cascadas púrpuras
restallan la carne
desnuda del apóstol,
cuando esa avecilla burlona
cae a horcajadas sobre su rostro.
Golpeando contra la carne
besa los nudillos de la cascada
tan fiera con su flauta
como una sola de las cabezas de la serpiente.
En la oquedad del búho
se tuerce el pelambre fangoso
de la nariz.
Golpes entrampan al ombligo
en los enérgicos
virajes de la niebla.

Breve rodeo para no encontrarte la bruma.

El barco borra el patio y el traspatio, el fanal es su máscara.
El puerto. Lezama.
Acaso podré tenerte entre la bruma que hacen los naranjos,
pedir la exhumación de tus flores,
realmente pedir la orquídea que naufraga.
Basta el tiempo encontrado en el filo de los pétalos,
bastan pétalos de arena
para completar el parque y las palomas.
¿Podré salir, olvidarme tejido con tus árboles?
Si el animal hubiera bastado cuando falseé tus huellas
impactando contra la luz,
no habría venido aquí, que besa la posibilidad.
Cuelgo en la rama del naranjo,
el humo golpea el mecanismo,
me asfixia el núcleo del naranjo.
El mundo se me pega entre la bruma.
Esa partícula se extiende en la laguna del humo,
tu cuerpo-niebla posa del mismo modo
que posaste sobre el tilo.
Yo no te vi partir rozando adoquines
ni guijarros – que son abiertos como el mundo,
que se roba los placeres de tenerte.
Yo no tuve brazos que aguantaron.
 Afilé mi codo-ancla en tus pupilas,
y aleteaste la forma de tu cuerpo.
Acaso besé la mariposa en la tormenta,
y el gusano abrió, cerró, eyectó sus mandíbulas.
Fui bajo tu cuerpo visible, deformado.
Bajo el plano marino
quizá ubiqué erróneo mis cañones,
y la ciudad que vi en ti capituló días en retirada.

Conviene volver, o canjear tu noche,
tus ecos de naranjo.
Alcanzan formas de mujer para asir los huecos de la sombra.
Vertical desde el mármol no miraba
su gracia, la espuma atrayendo el cráter a su centro.
Tal vez sólo estuve aislado entre la bruma,
pidiendo frutos de humo.
Esa partícula de tierra fue el musgo
desenterrando el secreto de tu cuerpo.
Yo no seguí tu ritmo migratorio cuando vinieron las montañas,
ni volví al verano, ni cerré mi puerta con los clavos que dejaste.
Aquella fue tu pierna al golpe que atreví hurgando en la estatura de la noche.
Basta acariciar al pájaro y al mensaje, tus ecos de naranjo.
Llegan las ondas hechas por la huida para ver al caballo de coral.
Quizás vendré a decirte: Entre hojas hice y deshice tu cuerpo.
Tu rostro en el espejo refractaba las plomadas cuando salté.
Hacía oscura la noche submarina cada pluma de profundidad.
¿Soportaría el hecho que tus manos causaron
cuando vi seco el naranjo, espesa la bruma,
húmedo el sitio donde debías esperarme?
Sopla el frío aún del invierno sobre el dorado espanto protegido por el río.
Tu boca sopla desde lejos el ritmo de los pasos bajo las olas.
Gris el pájaro moribundo, gris las velas.
Encaja saciar el punto indiscutible, que fui dejando al llenar mis vasos.
Rebosan las voces que completan el rostro de mi padre alejándome,
entre disfraces auténticos, con la humedad de tu cuerpo.
Pesa  el cuerpo del pájaro al picotear la base del naranjo.
Abrí la barra desde la punta con tu niebla corpórea.
¿Podré salir, taconear la tormenta?
Fanal  único del rumbo cuando giras en torno a tu sexo,
viendo la esencia y tu isla buscada recortándose.
Espesa la búsqueda que hicimos del invierno,
cuando los dedos, las orejas, los ojos
desaparecían tras la paradoja.
¿Me nombras junto a la isla, después de partirte el cuerpo
para separarme del navío?
Acaso soy tu acceso lejano.

segunda ofrenda: Qabbalah


Segunda ofrenda: Qabbalah  

Tantos adoquines y guijarros que tiraste
Contra la frente del cristal,
Y este rebotó por fin el cuerpo de la aurora
Tropezando con tus ojos
                        Muertos tus ojos
Vibrantes junto al tiempo
                        Muerto tu tiempo
Primera letra para comenzar solo por el mundo

Tantos caminos para llegar sin pies ni carne
Contra el cristal la frente,
Y este rebotó por fin su forma aurora
Tropezando los cascos con fuerza laminar
                        La muerte  en primer plano
Vibrante junto esa piscina artificial
                        La muerte que asoma su sonido
Siguiente mundo viene en pares como espejo

Tantos fueron a verte cantar cegato
Apoyado al codo y tu eterno sacerdote al canto
Calló sobre tu mármol,
Marcando tu cara sobre el mármol
                        Muerte a esos pájaros
Vibrantes que afirmaron tu silencio
                        Muerte a esos muertos
Que tu mundo en una hoja frágil besa la lluvia

ofrenda: ¿y tu poesía qué?


Ofrenda: ¿Y tu Poesía que?
A Maykel Iglesias
Caíste con la noche
Y tus drelocs quedaron en el aire
suspendiendo la noticia de la luz,
esos dioses, extraños a mis ojos,
armados
eran libres
y los pelos compusieron la estructura del abrazo
frente al obispo

en el canto de la noche
has conocido la estructura
(los tambores el sonido
tus tambores tu sonido)
que alma ciega entrañas corroídas ante el rescate
de tu imagen sónica
donde pierden sentido luciérnagas y duende
y cortapelos inmisericorde
que viaja sobrio sobre el asfalto de los peces:
tu mirada azul, tu viento azul, tu golpe azul
ocupando los tambores que dejaron
ya míticos y desnudos humanoides
ya serpientes y bicéfalos de todas las especies
(los tambores tu sonido
tus tambores el sonido)

vuelo
a tu cuerpo de ceniza
a los vientos que trajeron la ceniza
a tu ceniza
latina por los cuatro puntos cardinales [en el cuerpo]
obra en la noche el baile
de pies al polvo doble que levantas
cegado por tus raíces
escondido en el dolor artrítico de tu abuela
que le ocultaste las cadenas
que le dijiste: hoy me voy a volar,
porque apetecí volverme libre del amor;
hoy me voy a bailar,
porque recordé llorarme el hambre;
hoy me voy en el silencio de la noche,
porque la costa fría sepultó a mi amigo
y solo sus brazos se escondieron de la muerte

eres la noche al piano de tus uñas
descifrando entre astillas
lo duro y diamantino del cemento,
que unido forma un muro dispuesto como piel
hay, tus drelocs suspendidos
aún siguen la noche de tu noche vuelta
patrón
entre volcanes consumidos en el hálito a tabaco
hay, moribundo como ángel asestado detrás de la manzana

dioses esos que negaron tu reconciliación con las especies,
dioses esos que cazaron tu recuerdo como un gato,
dioses esos muertos colgados en la sonrisa de tu lápida,
dioses esos repetidos entre ellos repetidos hasta el silencio
que la noche fue callando, también al querubín que dibujaste
por vez primera en la pizarra, con sus mil ojos querubín
frente al ciruelo que Cab erró en sus vueltas

otros tus colores, otro tu arcoíris
vencido fue en el márquetin
último de la lista atractiva y el librito que te muestra superficial
(constructor preciso verso asonante el detonante)   
yo que te escuché cantar:
no son más los números, me oculto el mar
mi cuerpo el mar,      
en que te bañas y confundes y transformas.

Un Abrazo fuerte.