El ancla.
La Ciudad alardea como un
lirio
que arrancado marcha en remos de
mariposa;
y un trocar de luciérnagas
peregrinan hacia esa fusión de
los elefantes.
A veces te estorbo recluido en
ese burbujear
dentro de los fragmentos.
La Ciudad duele enredada en la
niebla
y preciso también el signo.
Un reloj nos premia el agua
(que brota del ocurrir de la
hoja franqueada
por el recto empale
cual niño que le da forma de
vela)
que
surca la emanación del diluvio.
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